Alfonso Reyes, el «más español de los escritores mexicanos»

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

Apenas llegó a Madrid, Alfonso Reyes (1889-1959) se insertó en la vida cultural de la ciudad. Era el otoño de 1914 y no tardó en asistir a las tertulias donde departían figuras como José Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez y Pío Baroja. Tampoco en comenzar a escribir en las principales revistas españolas de la época. Durante los diez años que duró su estancia en España, su creatividad literaria alcanzó su máximo esplendor y contribuyó estrechar los lazos culturales entre la península y América Latina. En el centenario de la publicación de dos libros fundamentales en su obra, Cartones de Madrid y Visión de Anáhuac (escritos aquí), la Embajada de México en España ha reunido a un grupo de “alfonsinos” para homenajear este miércoles y jueves al autor mexicano en la Casa de América de Madrid.

“Lo que le pasó a Alfonso Reyes fue que digirió mejor que nadie la relación de nuestros países con España. Dijo que no podía ser maniquea y que de nada nos servía seguir con la visión del indigenismo populista, en donde el villano siempre es el conquistador. Que la cortesía y los diminutivos, muy comunes en México, tienen sus raíces en Quevedo, en Cervantes, en Calderón… y no son producto de las flores de cempasúchil”, subraya el escritor Jorge F. Hernández, uno de los convocados al homenaje junto a otros estudiosos del también autor de El cazador, como Josefina MacGregor, Mario Ojeda Revah, César Callejas y Juan Antonio Montiel.

 

 

Alfonso Reyes salió de México rumbo París después de que su padre muriera en un intento fallido de Golpe de Estado contra el presidente Francisco I. Madero. Había nacido en Monterrey (norte de México), donde estudió en el Liceo Francés, y en su adolescencia se fue a vivir a la ciudad de México con el firme propósito de convertirse en abogado. Lo consiguió, pero la Revolución se le atravesó después en sus planes. No le impidió, sin embargo, fundar el “Ateneo de la Juventud” para discutir a los clásicos griegos y organizar actividades culturales con los miembros de su generación. Al exiliarse, en 1913 formó parte del personal de la Embajada de México en Francia y, un año después, aceptó la invitación de Ramón Menéndez Pidal para trabajar en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, donde sus investigaciones literarias propiciaron algunos de sus ensayos sobre estética, literatura clásica y española.

“Durante su estancia en España, Reyes sentó las bases para que, años después, México recibiera a muchos intelectuales españoles exiliados”, afirma Mario Ojeda Revah, investigador de la UNAM. “Don Alfonso fue después embajador de México en Brasil y luego en Argentina, dos países en los que también convivió con la clase intelectual y ayudó a los que se vieron envueltos en problemas políticos o sociales. Cuando regresó a México fundó La Casa de España, el antecedente de El Colegio de México. Su casa en el D.F., conocida como la Capilla Alfonsina, es hoy una biblioteca muy importante abierta a todo mundo. Fue un modelo a seguir para los escritores, pero también para los funcionarios culturales y diplomáticos”, agrega Ojeda.

Además de investigador, escritor, diplomático, editor y periodista (fue uno de los precursores de la crítica cinematográfica), el que para muchos es “el más español de los escritores mexicanos”, tradujo a autores como Laurence Sterne, G. K. Chesterton y Antón Chéjov. “España también tenía sus candados contra lo extranjero y don Alfonso fue, para la intelectualidad española, uno de los puentes que ayudó a abrir las compuertas de la literatura de otros países”, dice Jorge F. Hernández, quien además considera que “escritores mexicanos como Octavio Paz o Carlos Fuentes le deben a Reyes una directriz importantísima: ser generosamente nacionales y provechosamente universales.” (El País)