Creatividad (Segunda parte)

Por: Renatta Vega Arias

 

Retomo el cuento “El niño pequeño”, que transcribí en la anterior entrega. Si ese niño de nuestra historia terminó por hacer siempre la misma flor con tallo verde igual a la de su maestra, fue porque su creatividad fue aplastada bajo una mal entendida idea de obediencia. Porque no hay que confundirse, no se trata de no poner límites a los niños (o a los jóvenes o adultos).

Cuando, ejerciendo en mi cargo de educadora con un grupo de maternal (de 3 y 4 años), durante una reunión con los padres y madres, hablábamos de poner límites a los niños, en relación – en ese caso – con el trato respetuoso hacia otras personas, una madre realmente movida por el inmenso amor a su hijo nos decía: “Pero es tan pequeñito ¿Cómo le voy a decir que no, si es tan pequeñito? Le educación es necesaria, es como una vacuna; molestará e incluso a veces dolerá un poquito, pero le servirá de por vida.

Y esto no se puede poner en duda, porque los niños, las personas que en algún momento están bajo nuestra responsabilidad, cuentan con nosotros para aprender a integrarse al mundo. Sin embargo, hay que saber con qué los vamos a “inocular”. ¿De qué está hecha la vacuna que aplicaremos? ¿Cómo decimos las palabras y con qué intención las decimos? ¿Están nuestras frustraciones, nuestros anhelos rotos en esa vacuna? ¿Les estamos ayudando a integrarse o los estamos convirtiendo en zombis sin voluntad? ¿Estamos aplicando resignación y obediencia ciega? ¿O bien, seguridad, autoexpresión y respeto a la expresión de los otros?

Platón, filósofo griego, (Atenas​ o Egina,​ 427-347 a. c.)​​ pensó una República ideal en la que al arte debía ser proscrito. Hablaba principalmente de la poesía y el teatro, pero toda manifestación del arte estaba en esta consideración. “Si un poeta dramático entrara a la República – decía -, se le escoltaría cortésmente a la salida”, pues pensaba que el arte es una actividad trivial, de carácter peligroso, por lo que hay que censurarlo. A manera de diálogos, sus personajes describen un esquema de perfección en el que, para ser posible, tendría que mantener a los artistas a raya o simplemente, expulsarlos.

Condena el arte y a los artistas, porque éstos – argumentaba – “exhiben la bajeza de lo irracional, entregados a una suerte de consciencia de los sentidos, vaga ilusión, subyugados por las imágenes”. Pensaba que el arte debía ser censurado, limitado, porque debería alentarse la calma estoica y no buscar las emociones tempestuosas (por ejemplo, aceptaba las “simples y saludables” músicas militares). Pensaba que la plástica (escultura, pintura, etcétera), no puede prescindir de su condición “mimética”, es decir, de imitar la realidad y al hacerlo, el artista hace falsedades. Decía que el arte se cifra en lo que es malo y bajo, porque se centra en las emociones vergonzosas (pasiones). Que el arte da expresión a lo más bajo del alma, gratifica y es nutriente que aviva las bajas emociones, que deberían ser frenadas y fenecer.

En resumen: Su idea de belleza es el valor de la verdad y es como el valor del bien: Pura, pequeña en extensión, carente de intensidad, según él, lo estético es lo moral, solo en la medida en que obedezca a la “verdad”. (a su idea de verdad)

Anota Dame Jean Iris Murdoch, (Dublín, Irlanda; 15 de julio 1919-Oxford, Inglaterra; 8 de febrero 1999), escritora y filósofa en su libro “El Fuego y el Sol” (Ediciones Siruela, 2016), la razón por la que Platón sacó a los artistas de su República ideal: “Esto sería parecido a lo sucedido en la Europa del este en los años 60´s, por ejemplo, donde el arte ha sido “usado” para propagar las ideas del Estado. Todo bajo control, hasta los juegos de los niños, a quienes hay que vigilar, para que solo gocen de los placeres “buenos” (sencillos, sin pasiones), ahí los poetas serán encaminados a explicar que el hombre “justo” es feliz siempre, viviendo bajo un modelo homogeneizador. Una sociedad perfecta debe ser completamente estable y el arte es un factor desestabilizante o puede ser estabilizador, siempre que ayude a la cohesión del sistema. Que “los hombres son corderos, esclavos, marionetas escasamente reales, posesiones de los Dioses, afortunados por ser meros juguetes”.

En este análisis, Iris Murdoch nos explica que, Platón era un puritano que rechaza los placeres de la vida y su ideal es “un hueco silencioso y humilde, en una vida de virtuosa moderación”. Hasta aquí Murdoch.

No obstante, al mismo tiempo que los ataca, Platón, describiendo sus características, nos proporciona algunos de los más grandes valores del artista: Un pensamiento alternativo y divergente, que busca caminos diversos para enfrentar al mundo. Sin ese pensamiento, los griegos seguirían vistiendo cómodas y hermosas túnicas, y si no es así, es gracias al pensamiento creativo, que también nos vuelve críticos y nos lleva a la reflexión, con capacidad de cuestionar a quienes llevan el rumbo de “La República”.

Es posible que el “niño pequeño” un día creciera y se empezara a dar cuenta de que las flores también pueden dibujarse amarillas, naranjas o azules o que pueden salir tres o cuatro del mismo tallo; y podrían hacerse, no solo platos hondos, sino planos, y vasos, jarros, cazuelas y también perros, camiones y carros que imaginó cuando niño, en esa enorme escuela. Entonces, su naturaleza creativa lo visitará de nuevo y encontrará su forma de manifestarse en el arte, territorio donde todo puede suceder.

El artista puede ser rebelde de muchas maneras, pero algo innegable es que el verdadero creador siempre será “él mismo”, una versión muy particular de persona que inspira a otros creadores muchas historias, películas, novelas, en las que quizá se exagere y se haga de su personalidad un estereotipo, pero tal vez el sello de su identidad como artista, es que en él, habla siempre “su niño pequeño”.

 

Renatta Vega Arias

 

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