De románticos y cursis
Por: Renatta Vega Arias
Antes de continuar con Las alternativas de arte, de lo que hay mucho por decir, quiero aprovechar la coyuntura que me dan estas fechas próximas al 14 de febrero, día en que se ha instituido la celebración del amor y la amistad, fiestas que se balancean entre lo romántico y lo cursi. ¿Y cómo vamos a saber la diferencia?
Dice Wikipedia que cursi significa: “Que pretende ser fino, elegante y distinguido, pero suele resultar ridículo, de mal gusto o pretencioso”. Para que no quede duda, cursi es sinónimo de : Afectado, amanerado, chillón, presumido, remilgado y ridículo. Lo contrario es ser elegante, sencillo, simple.
No olvidemos que el arte se trata de auto-expresión, por lo que se nutre de la verdad. Entonces la clave está en la palabra “pretender”.
¿Qué pasa con el romanticismo y “ser de esos amantes a la antigua, que suelen todavía mandar flores”, como dice el brasileño cantautor? Hay que poner mucha atención, porque ser romántico y ser cursi no son sinónimos y yo quiero enarbolar con orgullo la bandera del romance, que tiene más que ver con ser amorosos, dejar que el objeto de nuestro amor se entere de manera inequívoca del sentimiento que nos provoca y de cuáles son nuestros anhelos en lo tocante a su persona.
Desde luego hay que ser atentos, detallistas y gentiles, pero para no caer en lo cursi, hay que distinguir la diferencia. Hacerlo no será tan complicado, porque la palabra clave es PRETENDER, sí. Ser pretencioso: que pretende causar una impresión de lujo, grandeza, importancia mayor, en suma, es decirse más de lo que se es. Todos sabemos que si alguien se tiene que convertir en otra persona y viajar en el túnel del tiempo al siglo XIX para hablar de amor, tal vez ese alguien esté cayendo en lo cursi y estará en problemas, porque no será de ese alguien de quien se enamoren, sino de ese figurín que diseñó para enamorar. Una vez alcanzada la conquista puede que tenga la necesidad de volver a la normalidad ¿y entonces? Pero bueno, esa ya es harina de otro costal y aquí estamos para hablar de arte.
Aquí quiero detenerme y para recordar este dato que conocimos en la escuela secundaria. El Romanticismo, como movimiento artístico, surgió en el siglo XIX, privilegiando a los sentimientos intensos como el patriotismo y la pasión amorosa por encima de todo. Se reconocen dos vertientes y para identificarlos podemos recurrir a los notables ejemplos de Lord Byron y Manuel Acuña. Salvadas las distancias, claro está.
Por un lado, Lord Byron, ejemplo paradigmático del romántico británico con grandes talentos, apasionado por la vida y el amor sin límites; rebelde ante las instituciones y los límites de la sociedad, mostrando un verdadero desprecio por la muerte en sus innumerables viajes y aventuras y que, siendo fiel a sus ideas y llevándolas al límite, luchó por la independencia de Grecia – entonces parte del imperio Otomano – donde murió a los 36 años. Este tipo de Románticos ha hecho suspirar a muchas generaciones, nutriendo al cine, a las novelas, series televisivas y toda clase de productos ejemplificadores que consumimos todo el tiempo, de ahí la importancia de conocer la referencia.
He aquí un fragmento del poema “Acuérdate de mí”, donde se puede percibir ese carácter de Byron, que inspira y se inspira de las revoluciones, tanto como de las aventuras y del amor apasionado, aunque muchas veces sea imposible.
“Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.
Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna…
ni la muerte la puede aniquilar.”
La otra cara del Romanticismo, esta vez en nuestro país, es Manuel acuña, cuya vida pende del sí de la amada y alimenta la idea del artista apasionado y sufriente que no encuentra en la tierra un motivo de vivir si no es con su amor, en un mundo idílico, muy alejado de éste en el que posa sus pies. Es ese romanticismo decadente que hace gala de su tristeza y dolor, encendiendo las almas de conmiseración.
A continuación un fragmento del “Nocturno”, dedicado a Rosario de la Peña y Llerena un ejemplo notable del carácter de esta vertiente del romanticismo que Manuel acuña escribió, para luego suicidarse a los 24 años.
“…¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.”
Dejando a un lado a los poetas, quiero traer el vocablo “Kitsch”, que se refiere a las expresiones originadas de lo cursi, como productos hechos de un material barato, pero semejante a otro bastante más costoso. Es como el arte simplificado, un simi-arte, digamos.
La esencia del Kitsch está también en la figura de “los nuevos ricos”, que tienen necesidad de hacer notar que “son de posibles” y se expresan haciendo ostentación de ello; quieren parecer cultos, quieren lucir refinados y finalmente solo hacen gala de mal gusto, porque no los sustenta una cultura verdadera. Lo contrario es, volvemos a lo mismo, lo auténtico.
Si usted me lo permite, quisiera decir que, en estos tiempos, uno de nuestros más grandes retos es elegir responsabilizarnos de nuestros sentimientos. Atrevernos a escucharnos a nosotros mismos y externar lo interno. Por muchas generaciones hemos defendido al corazón evitando mostrar nuestra fragilidad y vulnerabilidad.
Sin embargo, es en ello donde el artista encontrará el éxito, como nos decía un querido maestro de historia del arte, motivándonos a buscar nuestra propia voz, porque ahí – decía – encontraríamos el estilo nuestro. Dice el refrán que el que de ajeno se viste, en la calle lo desvisten y así es; es necesario hacer consciencia y ser auténticos, porque eso es lo que percibe y siente quien ve la obra, quien lee el libro.
El arte es una vitrina estupenda para encontrar lo bello y lo sublime o lo cursi y lo Kitsch. Y, como siempre, usted tiene la última palabra.
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