Historia de un “tacólogo”

Por: Renatta Vega Arias

Conocí a un camionero, hermano de una antigua vecina, que presumía de “Tacólogo” y la verdad es que podría haber escrito varios libros con datos sustentados en su experiencia. Él, por su trabajo, recorría diariamente kilómetros y kilómetros entregando mercancías y, como todos sabemos, donde entran los camioneros a comer, hay buena comida. El caso de nuestro, digámosle Juan Pérez (el ejemplo) iba más allá, porque él se especializó en tacos. Buscaba en cada sitio el lugar donde sus colegas y otros conocedores, como los taxistas, repartidores y policías, le decían que encontraría los mejores.
Con los años, Juan Pérez fue aprendiendo cuáles eran las principales características de un buen taco, según el tipo, fueran de cochinita, carnitas, suadero, pastor, guisados u otro. Y más específicamente según la región, porque entonces se le abrían amplios abanicos.

Así fue que se convirtió en todo un experto, capaz de detectar la más pequeña falla y no se dejaba engañar. Si le decían que la tortilla era recién hecha, él podía saberlo por la textura, suavidad y el grado de calor que emanaba cuando la mordía. En cuanto a las salsas, él, como nadie, sabía cuáles, de qué y cuáles eran las mejores y recomendables para acompañar cada taco.

Un día, en una reunión, le preguntaron cuál era su taco favorito, él respondió que ninguno y todos, porque algunas cosas le gustaban de unos y otras de otros y que un solo taco no tiene todo lo que le gusta. El preguntador insistió, – pero ¿cómo sabe usted que un taco es bueno?-
Mire, respondió, buscando las palabras con cuidado- Cuando me entregan mi plato servido, lo miro, me concentro y observo cómo se ven los tacos, cuáles son los ingredientes de que están hechos, qué le ponen, pues unos se acompañan con cebolla, otros con crema o queso, o limón o lo que tengan que llevar, según el taco. Luego, me centro en el olor: Cierro los ojos y busco los olores de lo que vi e identifico las especias usadas. Después lo tomo con una mano, le acomodo la punta de abajo y lo inclino para morder ( ya saben que en el modo de agarrar el taco, se conoce al que es tragón – y buen come tacos – ) y siento si la tortilla es suave, pero resistente. Y entonces…¡la mordida!
-Se lo comerá usted de una sola mordida, ¿no?- comentó uno de los presentes – No, – responde Juan Pérez – Si, depende del tamaño, pero no tengo prisa ni se trata de comer a lo loco, así nomás por llenar. Me gusta comer despacio, voy masticando y saboreando, exprimiendo el sabor de los ingredientes en cada mordida y hasta con los ojos cerrados, porque así no me distraigo y disfruto todo hasta el final. Si me gustó ese taco y lo disfruté, ese es mi taco favorito en ese momento.

Me ha pasado – continuó Juan- que he visto largas filas en taquerías grandotas, porque hay muchos anuncios que dicen que son los mejores tacos, pero al comerlos, uno se da cuenta de que no es para tanto y, total, con no volver ahí es suficiente. Y hasta salen en la tele. Les hacen una entrevista donde cuentan una historia muy bonita y uno los admira porque han sufrido mucho en su vida y se han superado con su trabajo.

O si no, son salidos de una escuela para Cheffs, tienen mucho dinero y estrellas Michellin, de las que les dan a los muy, muy buenos Cheffs, según los jueces especialistas internacionalmente, pero si lo pruebo y no me gusta el taco, pues no me gusta el taco y no vuelvo por ahí, por muy bueno que me digan que sea.

Así era la cosa con Juan y yo tomo esta historia para ejemplificar lo que puede pasar en la pintura. Nada de lo que diga un especialista, ni el ver que el artista hace una hermosa historia, ni aunque veamos muchos anuncios y salgan en la tele o donde sea. Si una obra no nos gusta, pues no nos gusta. En eso no influye que sepamos o no sepamos de arte, porque podemos saber cuándo una pintura nos habla con las palabras correctas y nos dice algo interesante. Y eso lo percibimos con nuestros sentidos y lo sentimos con el corazón, no lo sabemos.

Siempre recomiendo que al entrar en contacto con una pintura, es necesario dejar un poco en pausa a la mente. El primer contacto con el arte es solo con los sentidos. A la música le basta con ser escuchada, a los cuadros les es suficiente con ser vistos y es por los sentidos que el arte entra al corazón. Pero siempre, siempre, lo más importante es sentir si dentro de nosotros hay algo que “ha sido tocado”. ¿Qué nos dice? ¿Nos conmueve? ¿De qué manera nos emociona? Tal vez nos inspire o nos transmita alegría, felicidad, tristeza, gozo o cualquier otra emoción, además de darnos un mensaje. Esa es la magia del arte y una de las más importantes de sus funciones, nos comparte emociones y nos provoca a sentirlas dentro de nosotros. Así, el espíritu se alimenta y algo ha crecido dentro de nosotros.