Los esquites artesanales
Por: Flor-Hindú
En honor a Joaquín, conocido como “El elotero” y a Luisito.
Aburrida, sin nada que hacer, sentada en el asiento del coche, esperando a que algo interesante pasara, observaba los autos y los árboles pasar rápidamente y de repente mi padre me sugiere comprar algo para comer, ya que el viaje resultaba ser muy largo. Lo primero que me vino a la mente fue un esquite con su queso en polvo, mayonesa de limón y sus deliciosos granos de elote hervido y calientito. Sin duda era la comida perfecta para este frío invernal que hacía en Cuetzalan. Mi padre empezó a buscar un puesto de elotes para cumplir mi capricho; después de algunos minutos encontramos un lugar, era un poco descuidado pero se veía que los esquites eran de calidad.
Nos bajamos del coche y preguntamos al señor que atendía si nos podía dar un esquite solo. Él con una sonrisa chistosa nos dijo que sí y empezó a prepararlo, y para mi gran sorpresa su esquite no era el típico que se encuentra en un vaso de unicel; el suyo era tan original que decidió llamarle “esquite artesanal”. Su creación era inesperada: granos de elote, con una cama de mayonesa cubiertos de queso en polvo, envueltos en una hoja de elote verde como el pasto, y todo esto amarrado como un tamal. Su teoría era que este tipo de envoltura además de ser ecológica mantenía el calor, el sabor y el aroma del esquite.
Su ánimo positivo, sus ganas de trabajar, sus graciosos chistes y su forma de atender a sus clientes, nos hicieron a mi padre y a mí volver una y otra vez, pero no solo para comprar sus platillos, si no para platicar y pasar un buen rato con él. Pasaron los meses y una mañana cuando lo visitamos nos dimos cuenta que como ayudante tenía a un niño de aproximadamente 5 años. Pensamos inocentemente que era su hijo, pero no era así. Luis era un niño maltratado por sus padres, abusado y golpeado por ellos mismos.
Luis tenía que trabajar para (según él) poder comprarse una bicicleta y poder irse a vivir lejos de sus padres, además mencionaba que le gustaba venir con Joaquín ya que él era su “verdadero papá”. Joaquín ya tenía una familia, una buena esposa y
dos hijos, pero tenía un gran espacio en su corazón para Luis. El trabajo de Luis era muy simple, solamente tenía que barrer la banqueta, recoger la basura y recibir el dinero. Hasta que un día Luis llegó tan, pero tal mal, que ni siquiera podíamos reconocerlo pues resulta que su padre lo golpeó y le puso ácido en la cara. Lloré con tanta lástima por él ya que tan solo siendo un niño, había perdido su rostro y su dignidad. Al día siguiente de visitar a Joaquín, Luis no volvió a aparecerse por la colonia nunca más.
Joaquín se encontraba triste por el hecho de perder a uno de sus “hijos” pero aún así siguió trabajando, atendiendo de la misma manera cordial y alegre a todos sus clientes, pero Joaquín tampoco era perfecto, ya que se encontraba dentro del negocio del narcotráfico, empleando el papel de “halcón”, quien se encarga de vigilar que la policía no se aproxime a los sitios de venta de estupefacientes. Su “trabajo” era de suma importancia, pero falló, y falló horriblemente al dejar que la policía descubriese el contrabando. Como consecuencia, un soleado día de octubre, una motocicleta pasó rápidamente disparándole a Joaquín cuando estaba paseando con su esposa y sus hijos. En efecto, Joaquín murió y sus hijos quedaron traumados mientras que su esposa se deprimió gravemente. Ahora el recuerdo de Joaquín y Luisito espera en dos cruces con velas encendidas en el lugar de “Los esquites artesanales”.
P.D. Esta fue una historia real, modificada por la autora
PRIMER LUGAR
AUTORA: Andrea Córdoba Lira
ESCUELA: Instituto Villa de Cortés
DOCENTE: Luis Alberto Aldama Hernández