Y cuando lo olvide todo ¿qué?

Por: Mireya Hernández hernández

No sé cuánto llevo aquí, antes los minutos me parecían horas, y últimamente, ya no me importa el tiempo. Si llevo semanas, meses, años, no lo sé. ¿Y qué edad tengo? Aquí eso ya no es indispensable, en este lugar borramos esa etiqueta, porque ya nadie pregunta eso. Mi fecha de cumpleaños la olvidé no sé desde cuándo, así como muchos aspectos de mi vida.

¿Qué hago aquí? Lo mismo que hacen todos los que están en el mismo lugar que yo: pensar e imaginar: pienso en mi pasado, una serie de imágenes que me resultan confusas y que no me concentro en ordenar, pienso en lo que hice y en lo que no hice, que a veces los resultados me parecen salidos de un cuento, pienso en la familia que tuve, y que perdí no sé cuándo, o que quizás ellos me perdieron a mí, pienso en como llegué aquí, en quién me pudo traer, y pronto me doy cuenta, de que ya nadie se acuerda de mí. Aunque claro, alguien en mi estado no debería pensar en estas cosas. Pero también imagino, y francamente esa es la parte más sencilla, y también es por ello que empiezo a confundir la ficción con la realidad.

Un día me soñé fuera de aquí, me soñé recorriendo las calles que frecuentaba antes de llegar a este lugar, soñé que la gente me saludaba, soñé que me miraban, pero nuevamente desperté aquí. Pregunté si alguien me había buscado, pero me dieron la respuesta que ya conocía: ¡No! Quizás la parte difícil para un ser humano no es saber la verdad, sino aceptarla.

A veces me sorprendo recordando, recordando sonrisas de un chiquillo con unos ojos que me resultan familiares, algunas otras, veo una mirada sombría, y a un jovencito con el semblante sin expresión,  y solo.

Me pregunto si en algún momento tuve familia, si viví con mis padres, si fui un hijo amado, si fui padre, si fui hermano, o quizás, si fui esposo. No sé si algún día lleguen esas respuestas, pero creo que el tiempo ha dejado de ser mi enemigo, como presiento que lo fue en tiempos lejanos, y las esperaré paciente.

Pero también tengo días buenos, días en los que me complace observar la luna, y reflejar mi rostro en ella, y sentir que ella me sonríe, y es entonces cuando dejo de sentirme solo, y dejo atrás ese pasado que ha dejado de pertenecerme, porque no lo recuerdo.

No imagino que haya sido una persona de crueles sentimientos, porque si así lo fuera, no pudiera dormir con la tranquilidad que me cubre cada noche, ni respirar el aire fresco que solo se percibe en un lugar antiquísimo como este, donde la experiencia le abrió la ventana a la juventud y a la inmadurez, porque la puerta le quedaba demasiado grande. O quizás, debo admitirlo, a mi edad ya nada puede alterar mis emociones, como cuando era muchacho.

No sé cómo se sientan el resto de mis compañeros, pero yo estoy en paz conmigo, con lo que hice, que si quizás no fue lo correcto, no puedo cambiarlo, y estoy muy cansado para pedir disculpas y dar explicaciones, el tiempo de explicar los motivos que me impulsaron a realizar cualquier acción, aquellos momentos en que había alguien que me escuchara, y que esperara ansioso una respuesta, se me han ido de las manos, y en este momento, a la única que debo rendirle cuentas es a mi conciencia, y a veces ella y yo tenemos algunas lagunas, así que al fin de cuentas, aquello ya no es tan indispensable.

¿Que si estoy satisfecho? Si desean saber si me arrepiento de alguna acción, no lo sé, y si pedí perdón cuando era el momento, fui afortunado de haberlo hecho, y si no lo hice, mis motivos tuve, o simplemente fui demasiado orgulloso, pero ya no me complace reconstruir una historia que ya he vivido.

¿Fui feliz? Siempre he pensado que todos tuvimos o incluso tenemos grandes momentos que no se volverán a repetir, si los disfrutamos como debería ser, eso es asunto y responsabilidad de cada persona, aunque ¿cuál es la mejor manera de disfrutar los buenos momentos? Porque para empezar los momentos felices no son iguales para todos, así que supongo que para nada existen reglas, y si las hay, nunca serán suficientes, y es casi imposible que estemos satisfechos con ellas.

Pero, ¿quién soy yo para darte consejos si no te he dicho ni mi nombre? Aunque ¿a quién le interesa el nombre de alguien que no se puede explicar su historia? Pero quiero aclararte algo, sin importar quien sea yo y por qué estoy dejando en tus manos estas líneas, quiero que sepas que no pretendo ser un ejemplo para ti, así que no espero que me admires, porque quizás ya no tendrá importancia cuando lo hagas, porque lo más probable es que ya no esté, lo único que a mí me importa es que no solo respires el aire fresco de un lugar como este, si no sabes por qué lo haces, no quiero que te reflejes en la luna para sentirte acompañado, si aún tienes los pies en la tierra y algo en qué sostenerte, no quiero que recuerdes una sonrisa, si ya olvidaste que aquella sonrisa en algún momento fue tuya, no quiero que te imagines abrazando a unos niños y mirando a una dulce mujer, quiero que los ames y los rodees en realidad, no quiero que imagines ni que pienses como lo he hecho yo después de que se borró mi historia de mi memoria, quiero que vivas mientras sientes, no que sientes que vives soñando y pensando, porque esa ya no es la historia real, no es lo que importa, porque la memoria se va, así como vuelan las aves y como corre el agua en los ríos, y lo que se queda es lo que hiciste con los sentidos alertas y la mente alejada de imágenes que se van con el tiempo, y que después confunden tu historia con la ficción.

¡Despierta, amigo! Porque si no estás alerta lo más pronto posible, cuando quieras hacerlo ya no recordarás ni quien eres.

Antes de que olvides tu historia, di todo lo que desees, has lo que te hace feliz, demuestra lo que sientes, para que cuando tus recuerdos se borren, puedas conciliar el sueño aunque no te acuerdes ni de cómo te llamas. Consejos que te da un viejo que no sabe quién fue…

Fin