Una caricatura de la realidad
René Drucker Colín*
En estos tiempos políticos, que no son tan diferentes a otros tiempos pasados, siempre me viene en mente un breve cuento que quizás ilustra un poco, o quizás mucho, cómo piensa la clase política en el poder o la que está a punto de ingresar en tales filas. A continuación lo relato:
“En su sesión matutina, al ministro le toca recibir a diversos personajes del pueblo o de la burocracia que le han pedido cita para solicitar la resolución de algún problema que aqueja a la entidad correspondiente.
El ministro llama a su ayudante y pregunta:
–¿A quién le toca ahora, Rodríguez?
Rodríguez, hombre bajito, de las confianzas del ministro y muy servicial, contesta:
–A la maestra de escuela, señor ministro.
–Que pase, Rodríguez.
La maestra, mujer pequeña y tímida, quien ante el rango y la grandeza física imponente del señor ministro se achica más, espera que le ofrezcan sentarse en una de las sillas, igual de majestuosas que el recinto donde atiende el ministro.
–¡Qué se le ofrece, maestra? (sin ofrecerle asiento).
La maestra señala una silla donde con la mirada pide permiso para sentarse y dice:
–Señor ministro, disculpe la molestia, pero resulta que tenemos graves problemas en nuestras escuelas. Los techos no tienen impermeabilizante, con la consecuente filtración cuando llueve; los vidrios de muchas ventanas están rotos y los niños, con tanta humedad y aire, se enferman de pulmonía; los pisos están muy deteriorados; nos faltan pupitres; no hay suficientes pizarrones, gises ni borradores; los libros son insuficientes y los maestros escasean mucho, por tanto problema y ausentismo de niños por enfermedad y falta de recursos.
–Bueno, bueno, ¿cuánto se necesita para resolver todo esto? –interrumpe el ministro.
–Pues mire usted, hemos calculado que con quinientos mil pesos podríamos subsanar algunas deficiencias elementales.
–¿Quinientos mil pesos…? Maestra, eso es imposible, es mucho dinero, la patria está exangüe, el presupuesto prácticamente se ha terminado en el área de educación. De momento, maestra, nos da mucha pena, pero es imposible darle un solo centavo.
Cabizbaja, la maestra da las gracias y se va.
–Rodríguez, ¿quién sigue?
–El director de la cárcel, señor ministro.
–Que pase.
El susodicho director, hombre impecablemente vestido, con Rolex, varios anillos, fistol y demás adornos propios de su nivel, es recibido con una mezcla de respeto y desprecio por el señor ministro, quien le señala cortésmente que se siente.
–¿Qué se le ofrece, señor director?
–Vengo a solicitarle presupuesto para adiciones a la cárcel más importante del país.
–Dígame.
–Pues bien, nos hacen falta unos jacuzzis en algunas zonas estratégicas; también necesitamos unas canchas de tenis, mejoras en el gimnasio, una pista para competencias internas; los baños requieren regaderas a presión. Requerimos un restaurancito para que los presos reciban a sus cónyuges, novias, etcétera, y un cocinero con mucha experiencia, además de modificaciones en la cocina para mejorar la alimentación de nuestros internos.
–¿Y cuánto cuesta eso?
–Pues mire, hemos calculado que alrededor de 5 millones de pesos.
–Bueno, déjeme ver, ya le avisaremos.
El ministro se levanta, despide con deferencia al director y llama a su ayudante.
–Rodríguez, hágame favor de dar instrucciones para que al director de la cárcel le extiendan los recursos que solicitó.
Rodríguez (con sorpresa) repara:
–Pero, señor ministro, ¿no acaba usted de negarle a la maestra un presupuesto 10 veces inferior para mejoras en las escuelas?
–Rodríguez, no sea usted pendejo, ¿acaso piensa usted regresar a la escuela?”
Quizás por esto, entre muchas otras cosas, es que no avanzamos mucho.
(La Jornada)