Ellos no, ¡por favor!
Por: Mireya Hernández
Esto sucedió a las doce de la noche, recuerdo que era una noche tranquila.
Yo estaba durmiendo con mi esposa y mis hijos, y de repente, se escuchó un fuerte golpe en la puerta, y en cuestión de segundos, la echaron abajo. Lo que sucedió después, fue tan rápido, que quiero creer que solo fue una pesadilla. Escuché pasos que subían la escalera lentamente y que ¡preparaban armas! Y entonces, lo comprendí todo, eran ellos que venían a cumplir su promesa. Tuve tanto miedo, que por un momento supe lo que sentían aquellas pobres almas que mis manos habían apagado, y le dije a Sara que estaba temblando de terror:
–Mi amor, solo quiero que sepas, que pase lo que pase, yo siempre te amé, y te estaré eternamente agradecido por haberme dado el tesoro más grande del mundo, mis hijos, cuídalos mucho, y diles que su padre tuvo que ir de viaje, y que cuando regrese quiere verlos convertidos en hombres de bien, y que piensen mucho en las decisiones que tomen, diles que los amo mucho.
Después de esto, ellos entraron, y a gritos, obligaron a mi mujer y a mí a levantarnos. Me dijeron que la mirara bien, porque ya no la vería más. Imaginé lo inevitable, ya me podía ver en el suelo cubierto de sangre, pero cuando escuché el disparo, me di cuenta de que el cuerpo que estaba en el suelo no era mío. Me quedé paralizado, no supe que hacer, ¡No la supe defender! Aún en aquellos momentos, ¡Fui un cobarde! Pensé en mis hijos, mis niños, había sido tan egoísta con lo que hacía, que nunca pensé en lo que podría pasar con ellos, ahora ya no tenían a su madre, y estaba seguro que pronto, tampoco a su padre, ¿qué sería de ellos? Pero no me dispararon, esperaron un par de minutos, para verme sufrir viendo el cadáver de mi esposa.
Quería decirles – ¡Mátenme! –pero las palabras no me salieron. Y después, para continuar con la pesadilla, me dijeron que los acompañara a terminar con el juego. Pasó una terrible idea por mi cabeza, pero no, ¡a ellos ya no les harían nada!, ya era suficiente con lo que le habían hecho a Sara. Y entonces reflexioné sobre lo que pasaría, me llevarían con ellos, y me matarían en cualquier lugar para después desaparecerme, o dejarme tirado en no sé dónde.
Empezaba a tranquilizarme porque al menos mis hijos estarían a salvo, cuando los vi caminar hacia su cuarto. Mi cuerpo no lo pudo soportar, y caí al suelo. Ellos no tenían paciencia para soportarme, así que con amenazas de matar a mis hijos, me obligaron a levantarme. A cada paso que daba, mis piernas pesaban aún más, pero llegamos a la puerta. Ellos la derribaron sin piedad alguna, y pude ver a mis niños, sus caritas llenas de temor me derritieron el corazón, ¡cómo pude ser tan tonto para no pensar en las joyas que tenía en casa! Pero ya era demasiado tarde para lamentarse. Lo único que pedía era que no me mataran frente a ellos, ¡porque eso nunca me lo iba a perdonar! Pero que iluso fui, no pude imaginar que la historia sería completamente diferente.
Nuevamente el disparo, no fue para mí. Mi hijo de diez años acababa de morir, y su hermanito, mi pequeñito de seis años, ya no lloraba, solo podía ver las lágrimas que rodaban por sus mejillas, ya nunca lo podría ver a los ojos sin sentir la culpa de que mis acciones le habían arrebatado a su madre y a su hermano. Ya quería que me mataran, ya no soportaba ese dolor, el saber que a mis pies tenía a uno de mis hijos, y en el cuarto que estaba al lado, a mi esposa, era demasiado para mí. Pero aquel otro disparo, tampoco fue para mí. La vida de mi niño, se había apagado frente a mí ¡y tampoco pude hacer nada! El dolor que se me clavaba en el pecho era tan grande, que incluso me dolía respirar. Me sentía vacío por dentro, ya no me quedaba ningún motivo por el que vivir, lo único que me consolaba, era saber que solo yo faltaba por morir en aquella casa. Pero obviamente, eso no estaba en sus planes. Vi sus sonrisas de triunfo, al darse cuenta de que me habían herido en lo que más me dolía, mi familia. Con la mirada les supliqué que me mataran, pero ellos ignoraron mis súplicas, y después de mirar satisfechos su trabajo, y sin dejar de sonreír, los vi marcharse con la misma lentitud con la que llegaron. Y así fue, como mi vida dejó de tener sentido para mí.
Después de ese día, todo para mí es gris, sin vida, sin ilusiones, sin nada. Paso las horas recorriendo mi casa, en la que aún puedo escuchar las risitas de mis niños, la voz de Sara, los sonidos de los juguetes, el olor a comida. Todos aquellos son recuerdos tan lejanos, que parece que nunca pudieron sucederle a alguien como yo, ahora un pobre viejo, que vive completamente solo, alimentándose de los recuerdos, y también he pensado, en que además estoy loco.
Solo hay algo que tengo claro, si pudiera regresar el tiempo, habría dado lo que fuera, para devolverles la vida a las personas que amo, y no haber cometido aquellos errores, que me alejaron de ellos para siempre. Si retrocediera el tiempo, ya no sería tan egoísta. Y si fuera más valiente, ¡habría jalado el gatillo de la pistola que me apuntaba a la cabeza mientras miraba a los cadáveres de mis hijos!, pero eso no sería suficiente para pagar mis culpas, y aquí me tienes.
Fin.