Huelo la muerte

Vuelvo a tocar el cadáver de mi hermano, sé que está muerto porque puedo oler la sangre fresca que brota de su cabeza destrozada, como si alguien que lo odiaba con todas sus fuerzas hubiese descargado su furia en ella, y ahora la pregunta es ¿quién? Él no tenía enemigos, al contrario, era una de las personas de mi familia que todo mundo quería, incluso más que a mí.

Recorro su cuerpo con mis manos y percibo que su cabeza no es la única herida, la sangre tibia se extiende por todo su cuerpo, formando un charco de color carmesí a su alrededor. Siento como si me clavaran una lanza en el pecho que me hace sangrar lentamente.

Me parece sorprendente que no reconozco a lo que está frente a mí, es ahora un puñado de restos de lo que antes era un hombre, envueltos con pedazos de tela cubiertos de sangre. Me llevo los dedos a los labios y puedo probar el líquido escarlata que me hace pensar que tengo en mi boca un pedazo de fierro. Me doy cuenta  De que no me hace bien estar ahí, así que me levanto de donde estaba arrodillado frente a mi hermano y empiezo a caminar con lentitud alejándome de la cocina, con mi mente divagando para darle una explicación lógica a lo que estaba pasando.

Por primera vez en mi vida me siento inseguro en mi propia casa, tengo miedo de cada paso que doy, de cada objeto que mis manos tocan, de cada olor que percibo, y de cada latido de mi corazón. Llego a la sala, y me tropiezo con otro bulto, y después de palparlo caigo en cuenta de que se trata de mi padre, siento que se me hiela la sangre, tal parece que aunque mis ojos están cerrados a la luz, el resto de mis sentidos me presenta una escena espeluznante.

Dos de los tres seres que más amo en este mundo están muertos sin que yo pueda entender como llegué a esta situación. Sigo caminando y llego al pie de las escaleras, y al pasar mi mano derecha por el barandal me doy cuenta de que está manchado de sangre, lo sé porque ese olor, ese maldito olor que percibí por primera vez cuando encontré a mi hermano muerto se había impregnado en mi nariz y era inconfundible, me encontraría quizás a un tercer muerto.

A cada escalón que asciendo la mancha de sangre es cada vez más intensa, mis pies caen en cuenta que están pisando gotas de sangre, ellos también tienen impregnado aquel olor. Y en efecto, mis previsiones fueron acertadas, después de terminar de subir los escalones y que el olor de la sangre me llevara a la habitación en la que minutos antes, mi madre dormía plácidamente, me encontré con ésta, muerta en el suelo, a los pies de su cama, bañada en sangre como los otros dos cuerpos.

Ahora estaba solo, estaba perdiendo la razón y casi se borraba de mi memoria lo que sucedió antes de aquella tragedia. Me siento a los pies de la cama de mis padres, con mi madre muerta frente a mí y trato de hacer un recuento de los hechos.

Recuerdo perfectamente que a las nueve, después de que terminó la cena, yo subí a mi recámara, muy feliz porque mi padre, después de mucho insistir, había aceptado que por primera vez en mi vida me permitiría salir de la casa, para sentir la brisa del alba más allá de mi ventana, y poder percibir la tranquilidad de las estrellas como había soñado tantas veces; sería el día más hermoso de mi vida, pero lo cierto es que nada sucedió así. Me recosté en mi cama y resolví dormirme inmediatamente para que pronto amaneciera y mi mundo cambiara para siempre.

A las diez, después de una larga y reconfortante hora, y sabiendo que no podría dormir más por la emoción, al menos por un par de horas, decidí levantarme y bajar a tomar un vaso de leche. Mientras bajaba con calma los dieciocho escalones podía imaginarme donde estaba cada miembro de mi familia.

Mi madre, dormida seguramente hace casi una hora, quizás soñando con el platillo que nos prepararía al día siguiente; mi padre, despierto aún, estaría viendo televisión hasta caer las once de la noche en que solía subir a alcanzar a mi madre, y mi hermano, mi inquieto hermano estaría preparándose un café y unos bocadillos que degustaría mientras jugaba con sus videojuegos hasta casi las dos de la madrugada. Pero no fue eso lo que encontré.

Cuando llegué al pie de la escalera, no escuché ningún ruido en la sala, lo que significaba que mi padre no estaba ahí, pero estaba completamente seguro de que mi hermano sí estaría en la cocina, pero al llegar a la puerta no escuché el ruido de la cafetera.

Avancé un par de metros y mis pies se encontraron con el cadáver de mi hermano, descrito tal y como lo he dicho. Me arrodillé a su lado, para levantarme en shock minutos más tarde, sin estar preparado para lo que me esperaba.

Fui a la sala, seguro de que la encontraría desierta, pero después de caminar un poco, me encontré con el segundo cuerpo, ahora de mi padre. Ya sin ser consciente de mis acciones, subí las escaleras y guiándome por el olor de la sangre encontré el último cuerpo, el de mi madre.

Me siento desfallecer, casi puedo estar seguro que en los próximos minutos perderé la razón, y quizás estaré lúcido más tarde, o quizás no.

Mi vida ha dejado de tener sentido para mí, jamás volveré a escuchar a mi hermano gritar cuando juegue videojuegos, ni a mi padre enfurecerse con las noticias escalofriantes que escuchaba, ni a mi madre dormir tranquilamente. Siempre había dicho que estaba solo, pero ahora comprendo la inmensidad de aquella palabra, porque me encuentro realmente solo.

Después todo es confuso. Gente que entra y sale, y percibo en sus palabras que algunos sienten lástima, otros hablan por compromiso, muchos más han venido por curiosos, y algunos más para burlarse de mi desgracia.

Es esta mi nueva vida, sin más acompañante que mi soledad.

Poco a poco, escurridiza, la gente ha dejado de frecuentarme, y muy pocos se acuerdan de mí. Mi vida me pesa más a medida que avanzan los días, y a mi mente acuden una serie de preguntas, ¿cómo sucedió todo aquello? ¿En qué momento llegué hasta esta situación? ¿Qué será de mi vida ahora que no me queda nada? Me recuesto en la cama, poco más de las nueve de la noche, como lo hacía en días que me parecían tan lejanos como si hubiese sido hacía muchos años.

A las diez, después de una larga y tortuosa hora, y sabiendo que no podría dormir más por el dolor, al menos por un par de horas, decido quedarme donde estoy y luchar contra el insomnio, sin estar seguro que después de conciliar el sueño, despertaré al día siguiente, aún sin saber quién fue el asesino, quien fue el que transformó mi vida para siempre, y me pregunto, ¡dónde estará él ahora?, ¡muerto en algún lote baldío?, ¡planeando como destrozar a su siguiente víctima?, o sin poder dormir porque se encuentra tan solo como yo ahora.

Fin.