Cultura de Paz: qué, quién, cómo
Mario Evaristo González Méndez
Para iniciar te propongo un ejercicio: en tu buscador de internet, teclea “violencia” en el sector noticias. ¿Qué percibes?, ¿hace cuánto y en dónde ocurrió el último acto violento?, ¿quiénes son los responsables?
Te comparto: previo a escribirte, realicé el ejercicio propuesto, noté que en menos de una hora sucedieron múltiples actos violentos (homicidio, ataque sexual, asalto), la mayoría de las víctimas fueron mujeres, adultos mayores y niños/as; los lugares de estos actos fueron diversos, y los responsables, generalmente hombres, pero advertí también la participación de mujeres jóvenes.
Si hacemos el mismo ejercicio con la palabra “paz”, encontraremos notas del trabajo que realizan diversos actores sociales para generar espacios y fortalecer prácticas que favorezcan la cultura de la paz. Estas noticias son menos frecuentes, los beneficiarios no siempre son explícitos o concretos, los lugares donde ocurren son categorías genéricas (país, estado) o espacios muy reducidos (escuela, calle, grupo de amigos), y quienes los generan regularmente son jóvenes y grupos religiosos o civiles.
¿De qué va esto? Una mirada analítica a lo anterior, permite inferir que la violencia es tendencia en los medios de comunicación y, en consecuencia, es consumida en grandes cantidades, de modo que se vuelve adictiva. Para que haya adicción se requieren diversos componentes: producto, productores, distribuidores, consumidores, es decir, tras la violencia también hay un negocio del que cabe preguntar ¿quién gana y qué gana con esto?
No entraré en detalles, pero es seguro que en tal negocio ganan los pocos y pierden los muchos de siempre. La violencia en México está estrechamente vinculada con el crimen organizado, cuyas células carcomen al país por el contubernio establecido con autoridades de los tres órdenes de gobierno.
La violencia es materia para negocios en seguridad privada, porque la pública es inexistente; es terreno de explotación para series televisivas e inspiradoras letras de canciones, porque el amor y otros valores ya no dicen nada a nadie; combatirla es seguro slogan de campaña, ¿qué prometerán el día que sea mínima?; es contenido de noticieros y diarios mendicantes, pues ¿quién les pagará cuando no escriban o fotografíen la bestialidad humana o cuando no cedan a manipular la nota?
¿Cuál es la relación de todo esto con el tema? Sencillo, me lo parece, no hay paz porque la mayoría de nosotros somos adictos a la violencia: producimos, distribuimos o consumimos.
La paz es un valor, un principio y un objetivo. Es valor, en tanto se relaciona con la dignidad humana, refiere al estado armónico individual y colectivo en que la persona puede desarrollarse mejor para ser feliz, lo que implica disposición personal y circunstancias socioculturales.
Es un principio, porque debe ser asumida como mediación en la toma de decisiones personales y colectivas. La paz es un derecho que implica deberes, cuando la persona decide romper el orden de la relación consigo misma, con las demás personas y con el cosmos, la consecuencia es caótica, rompe con la armonía. En palabras coloquiales, aquél que se cree “el ombligo del universo” se sitúa en una posición donde se sirve de todo y de todos sin reconocer los múltiples deberes que toda relación humana requiere.
Es objetivo, porque el desarrollo personal y social se verifica en la medida en que cada hombre y mujer puede existir dignamente, de modo que toda aportación científica, social, cultural, educativa, política, etc., debe apuntar hacia el Bien Común. La historia nos muestra lo monstruoso que resulta cuando prima el interés personal, que pronto evoluciona a egoísmo y raya en la locura.
Sin perder de vista lo anterior, respondiendo las tres preguntas planteadas en el título:
¿Qué es la cultura de la paz? Es el sustrato contextual donde se da la relación armónica del ser humano consigo mismo, con los demás seres vivientes y con el cosmos; es un proceso actualizante que requiere asumir el compromiso personal y colectivo con la no violencia y favorecer procesos dialógicos para la toma de decisiones en favor del Bien Común.
¿Quién hace la cultura de paz? El ser humano es, por excelencia, el agente de la cultura, por tanto, corresponde a cada persona aportar lo mejor de sí para que el mundo sea un espacio seguro para hombres y mujeres. Cada persona debe responder a esta necesidad colectiva, de acuerdo a su nivel de responsabilidad en el orden sociocultural. Por ejemplo, un padre o madre de familia comparte esta responsabilidad en la educación de los hijos como buenos ciudadanos; un gobernante o fiscal deben responder a esta necesidad a partir del cumplimiento de la ley y la recta impartición de justicia. Ambos tienen responsabilidad, pero no en el mismo grado.
¿Cómo favorecer este proceso de consolidación de la cultura de paz? Siguiendo la analogía de la adicción respecto de la violencia, lo primero es reconocer, a nivel personal, el modo en que contribuimos en la producción, distribución y consumo de ella: palabras, pensamientos, creencias, actos que justifican nuestro proceder violento.
Otro elemento necesario es asumir que nuestra existencia en el mundo es compartida; el mundo y sus recursos son para bien de todos lo que lo habitamos. La propiedad privada no se extiende a las demás personas ni a los recursos naturales, el desequilibrio en este sentido ha generado desastres naturales, desplazamiento de pueblos indígenas y la moderna esclavitud como la trata de personas, la prostitución y el turismo sexual.
Modificar los patrones de consumo es importante en este proceso. Dime que consumes y te diré quién eres. La nota roja no engendra aspiraciones artísticas, sino mentalidad potencialmente criminal; las narco-series y narco-corridos exaltan vicios y no virtudes, la aspiración de quienes miran y escuchan eso, es la riqueza que generan los actos ilícitos y criminales; el consumo irracional de ropa, alimentos, accesorios y tecnología, justifica la demanda de materia prima que provienen de la explotación laboral en regiones marginadas del mundo.
El diseño y ejecución de políticas públicas centradas en el factor económico son un desacierto para promover la cultura de la paz; siempre terminan por poner a los países en desarrollo al servicio de intereses comerciales de unos cuantos y olvidándose de los ciudadanos que carecen de servicios básicos de salud, alimentación y educación.
La cultura de paz, por tanto, no podrá ser sin la participación activa y crítica de todos. Exige el compromiso personal y colectivo de cultivar lo mejor de la humanidad: más bellas artes y menos nota roja; más ciencia en salud y menos tecnología armamentista; más presupuesto a educación para reducir el costo en seguridad y penales; más ecología integral y menos economía extractivista; en lo común, acuerdo y, en lo diverso, respeto.