La UACM, 15 años

Manuel Pérez Rocha*

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La Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) cumple 15 años de vida, y hoy puede hacerse un balance muy positivo de sus resultados. Sus enemigos políticos han llegado a extremos ridículos para denostar este proyecto innovador. Por un lado, sin aportar un solo indicio concreto, mucho menos una evidencia, la han acusado de ser una institución formadora de cuadros políticos. Nada hay de eso. En la UACM nunca ha habido alguna actividad partidaria y nadie hace proselitismo o propaganda partidista. Por otro, con irresponsabilidad inmoral, a partir de cálculos absurdos, algunos legisladores y funcionarios han dado cifras falsificadas acerca del costo de los egresados de esta nueva institución. Por ejemplo, suman los recursos financieros asignados a la universidad durante 15 años y los dividen entre el número de titulados. Según ellos, el resultado constituye un altísimo costo de cada titulado, y lo comparan con el de los egresados de otras instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) o la Universidad de Harvard (calculados quién sabe cómo).

Estos diputados no han tomado siquiera un curso elemental de análisis de costos. ¿No habría que empezar por distinguir los recursos destinados a la operación de los destinados a la inversión (instalaciones, equipamiento)? Imaginemos el monto al que llegaría el costo por titulado de la UNAM en los 15 años posteriores a la construcción de la Ciudad Universitaria, si la inversión total en este campus se cargara al costo por titulado en esos primeros 15 años (sumemos el valor de todos los recursos heredados de los siglos anteriores). Hagamos cálculos semejantes para otras instituciones –por ejemplo, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) o el Instituto Politécnico Nacional (IPN)– con las cuales se compara a la UACM para evaluarla negativamente. Se verá que la UACM es un ejemplo de altísima productividad. Hoy, la UACM recibe al año (por cada estudiante atendido) menos de la mitad de los recursos que recibe la UAM, y 30 por ciento menos de lo que recibe la UNAM. Una animadversión política irracional y perversa ha mantenido a la UACM en condiciones de precariedad financiera.

Para construir una visión más objetiva del trabajo de esta institución y de sus resultados, antes que nada habrá que tener presente la complejidad que significa enlistar (no digamos analizar y valorar) la variedad de los productos de una universidad, que no son sólo los títulos profesionales; incluso muchos son incuantificables. Sin duda, el principal resultado lo constituyen los aprendizajes de los estudiantes, pero es una simplificación no siempre válida igualar títulos y aprendizajes. En primer lugar, porque en nuestro país muchos títulos no están respaldados por aprendizajes efectivos. En cambio, el proyecto de la UACM ha significado un esfuerzo excepcional para que los títulos, grados y certificados sean plenamente válidos y confiables. Para ello, la misma ley de la UACM (caso único en el país) señala que la aprobación de estos reconocimientos es responsabilidad de cuerpos colegiados que tienen la tarea de examinar los resultados efectivos de los estudios, y que los únicos resultados que cuentan son los conocimientos demostrados y no algún otro mérito. Por supuesto, esto representa exigencias especiales a los estudiantes y en ocasiones el alargamiento del tiempo para avanzar.

En segundo lugar, esa simplificación es inválida porque hay muchos aprendizajes valiosos y efectivos que no cuentan en los títulos. El Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos publicó recientemente un importante libro titulado Mejorando la medición de la productividad en educación superior (Improving Measurement of Productivity in Higher Education, National Research Council, Washington DC, 2012). En sus más de 230 páginas muestra las complicaciones que surgen cuando se intenta medir los resultados de las instituciones de educación superior y lo inapropiado de aplicar criterios convencionales y simplistas para este propósito. Dedica buen número de páginas a mostrar que a los grados obtenidos por los estudiantes deben sumarse los aprendizajes parciales, todos aquellos aprendizajes que no quedan integrados a un grado académico, pues, con razón, aun en este caso los consideran fruto valioso que no puede ignorarse.

El panel de expertos que elaboró este trabajo sostiene que la medición del producto instruccional de este tipo de educación (el numerador de la relación de productividad) debe ser una mezcla equilibrada del total de créditos obtenidos por los estudiantes más los puntos adicionales que tomen en cuenta los grados (o títulos, en nuestro caso). Explican: el punto es que, de acuerdo con las teorías de la acumulación de capital humano, incluso la educación que no se traduce en un grado añade al estudiante conocimientos y habilidades básicas y, por lo tanto, tiene un valor (página 90). Cierto, aun cuando no es necesario apoyarse en esas teorías para coincidir plenamente con su conclusión.

Como puede verse, son los aprendizajes y su utilidad lo que en esa propuesta se valora, y no los títulos y grados. Esto es resultado de dos tradiciones, dos historias distintas en el campo de la educación superior, y dos situaciones muy diferentes en cuanto a la valoración de los conocimientos y su certificación. Para empezar, porque en Estados Unidos no hay títulos. Además, en nuestro caso ha dominado una valoración aristocratizante de la educación, su valor de cambio simbólico (el título) por encima de todo, incluso por encima de su valor práctico.

En los primeros 15 azarosos años de vida de la UACM, cifrados por toda clase obstáculos, han obtenido un título profesional más de mil estudiantes. Otros 4 mil tienen ya su certificado de terminación de estudios o sus estudios concluidos. Sin fundamento, también se ha difamado a la UACM afirmando que en ella no hay exámenes. Pues bien, en estos primeros 15 años se han aplicado a los estudiantes más de medio millón de pruebas (531 mil 296). Además de los exámenes aprobados por los más de 5 mil estudiantes que ya egresaron, otras 200 mil materias también aprobadas (los aprendizajes parciales) equivalen a las de otras 5 mil licenciaturas completas.

Pero los resultados de la UACM son muchos más. Ejemplos: actividades culturales de las que se han beneficiado amplios sectores (más de 50 mil personas sólo en los pasados dos años), edición de libros y revistas, actividades de apoyo a comunidades e instancias gubernamentales de la ciudad, proyectos innovadores como Letras Habladas –que imparte carreras universitarias para invidentes–, educación profesional presencial en reclusorios, el sostenimiento de 220 proyectos de investigación. Imposible siquiera enumerarlos en este espacio. Quien honestamente quiera hacer un balance objetivo del trabajo de los perseverantes uacemitas en estos primeros 15 años, consulte el portal.