El excremento de focas y pingüinos, clave en el ecosistema de la Antártida
Por más de medio siglo, los biólogos estudiosos de la Antártida enfocaron sus investigaciones en entender las capacidades de los organismos para afrontar la sequía y el frío más severos del planeta.
Pero, hasta ahora, no han tenido en cuenta la relevancia de los excrementos de las colonias de pingüinos y focas, que contribuyen al ecosistema con su aporte de nitrógeno.
Un nuevo estudio publicado en el diario Current Biology indica que los desechos ayudan a las comunidades de musgos y líquenes, y que a su vez han sostenido a gran cantidad de animales microscópicos, como colémbolos y ácaros, más de mil metros más allá de la colonia.
Lo que vemos es que el excremento producido por focas y pingüinos se evapora en parte como amoniaco, señaló el coautor del estudio Stef Bokhorst, del Departamento de Ciencias Ecológicas de la universidad de Vrije de Ámsterdam.
Según explicó el especialista, el amoníaco es recogido por el viento en la costa y trasladado hacia adentro del continente, donde se deposita en el suelo, proveyendo nitrógeno a los productores primarios. Es decir, lo que necesitan para sobrevivir en este entorno.
Los investigadores desafiaron el frío y recorrieron áreas con desechos de animales, por no mencionar las hordas de elefantes marinos y pingüinos gentú, barbijo y Adelia, para examinar los suelos y las plantas circundantes.
Con aparatos capaces de medir la respiración, recogieron muestras y las examinaron en laboratorios.
Millones de invertebrados diminutos Las revelaciones mostraron que había millones de invertebrados diminutos por kilómetro cuadrado por la falta de predadores en el ambiente, a diferencia de lo que ocurre en las
praderas europeas o estadunidenses, donde el número apenas ronda entre 50 mil y 100 mil.
Cuantos más animales obtengamos, mayor será la huella que existe, y encontraremos una mayor diversidad en esos sitios, explicó Bokhorst.
De acuerdo con el experto, la riqueza de las especies está más relacionada con los nutrientes añadidos por el excremento que con la naturaleza fría y seca de la región.
La investigación permitió que el equipo realizara un mapa de los puntos calientes en la península antártica, encontrando que las colonias de pingüinos eran un agente de la biodiversidad.
Los mapas pueden actualizarse en el futuro utilizando imágenes satelitales para determinar el tamaño y la ubicación de las colonias reproductoras, lo que libera a los futuros científicos de tener que realizar un trabajo de campo peligroso.
Para Bokhorst, la Antártida fue un laboratorio natural ideal para estudiar la relación entre nutrientes y biodiversidad, por la simplicidad de la red alimentaria, en contraste con otras partes del mundo donde los ecosistemas son mucho más complejos.
Sin embargo, el estudio también subrayó cuán interconectado estaba el ecosistema del continente y, por tanto, su vulnerabilidad a la actividad humana.
Todos los países que trabajan en el continente están bajo el Tratado Antártico, que los obliga a proteger la vida silvestre.
Pero Bokhorst sostuvo que el estudio mostró que “si empiezas a tocar en un extremo, tendrá un efecto en el otro.
Debes estar atento a que no estás sobrexplotando los océanos para no dañar los suministros de alimentos; de lo contrario, tendrás un impacto sobre la biodiversidad.
Las comunidades invertebradas de la península afrontan nuevos predadores, ya que el turismo creciente representa mayores oportunidades de que los visitantes puedan traer semillas o incluso insectos con ellos.
Éstos, a su vez, podrían beneficiarse del enriquecimiento del suelo y establecerse, amenazando a las especies nativas. Ese es un muy buen argumento de por qué debemos tener cuidado con la Antártida, concluyó Bokhorst.
¨*tomado de la jornada