Infidelidad política
Por Mario Evaristo González Méndez*
Para comprender de qué va este artículo preciso algunos términos:
Fidelidad deriva de fiel (lat. Fidelis): “el que cumple con sus compromisos”, “leal”, “seguro”, “digno de confianza”. Su origen se remonta al dios romano Fidius, que representaba la buena fe y sobre el cual hacían juramentos (Cfr. Ovidio, Fastos: 6,213). El prefijo in, con adjetivos, refiere a la ausencia de la cualidad señalada. Así, el término infidelidad, expresa la cualidad de quien no cumple sus compromisos, no es leal y, por tanto, no es digno de confianza.
Política, del griego Πολιτικóς, relativo a la polis y a sus ciudadanos, aunque el sentido en que se refiere a la actividad política proviene de Пολιτική τέκνη: “arte de vivir en sociedad”, “arte de los ciudadanos”, “arte de las cosas del Estado”. Y en el entendido de que arte es el “bien hacer”, asumimos que, en términos generales, la política es el bien hacer para vivir en sociedad, el bien hacer como ciudadanos, el bien hacer las cosas del Estado.
En consecuencia, cuando se dice “infidelidad política” se nombra el conjunto de prácticas ciudadanas que no hacen bien al desarrollo de la sociedad, en el marco de la política de Estado. Y dado que en nuestro país se reconoce que los partidos políticos son la más importante vía legítima de participación ciudadana en asuntos de la vida pública, entonces tenemos que los primeros actores posibles de infidelidad política son quienes integran los partidos y, en consecuencia, quienes rigen el Estado.
¿Pero a qué son infieles?, ¿por qué es posible calificarlos como indignos de confianza?
Todo partido político se sustenta en una doctrina e ideología que se nutre de las necesidades populares, de los principios del Bien Común, del sentido común. Esto se asume y se proyecta como su objetivo, que en lo genérico pretende mejorar la vida pública para el desarrollo individual y colectivo de los ciudadanos. De este modo, el supuesto es que cuando alguna persona se afilia y milita en un partido político, es porque comparte el ideal superior del partido y los principios doctrinarios para alcanzarlo.
Cuando las prácticas partidistas distan (e incluso contradicen) del ideal y principios fundacionales, entonces los miembros que las ejecutan y las consienten califican como infieles políticos. La discrecionalidad con que algunos actores políticos se permiten actuar, evidencia de su incapacidad para comprometerse con el principio del Bien Común, primando sus intereses particulares (rara vez, legítimos); quien es infiel es motivado por saciar su interés a pesar de la confianza y el trabajo de aquellos con quienes comparte vida.
Lo anterior no cabría en la reflexión sino fuera porque hoy percibimos las consecuencias de este acto inmoral (que es eso, aunque a algunos les dé cosquillas hablar de moral). De pronto es difícil reconocer a los militantes de cada partido, ni se diga de los líderes, peor es con los candidatos; en cada periodo electoral es sorprendente lo rápido que opera en ellos el arrepentimiento, son presa frecuente de la metanoia (en un periodo proponen y en el siguiente condenan lo que ellos mismos legislaron y defendieron como panacea).
Sin duda, este mal no es menor, pues la práctica de ir de partido en partido, entre otras cosas, ha dejado al país en el estado caótico en que ahora se encuentra. Muy pocos políticos se comprometen con el trabajo serio en bien de la ciudadanía.
Para combatir esta práctica nefasta, urge mayor formación ciudadana. El grueso de la población desconoce el funcionamiento de la vida pública y los mecanismos de participación para intervenir en la toma de decisiones; se ignoran los propios derechos y los recursos para su defensa, pero al mismo tiempo, se busca evadir las responsabilidades como ciudadanos y se vuelve costumbre el pasotismo.
En lo anterior, es innegable la culpa que pesa sobre el PRI pues, aunque se nieguen a reconocerlo sus “fieles”, el estado actual de la vida pública es herencia de su prolongada estancia en el poder; en sus cuadros formó perfiles políticos que aprendieron las malas mañas de sus dirigentes y que interiorizaron esas formas turbias como la única manera posible de hacer política. Si el priísmo en verdad quiere ser “oposición”, que comiencen por reformar sus costumbres y alejarse de una vez de cacicazgos y apadrinamientos.
Este es un tiempo que exige una generación nueva de políticos y mejores formas de hacer política. Los hombres y mujeres de este país, requieren políticos con convicciones fundadas en la honestidad, en la capacidad de escucha y la habilidad para discernir lo que verdaderamente trae bienestar a la sociedad.
Por último, queda en el eco de la reflexión preguntarse: ¿qué trastorno padecen aquellos que en su ambición han parido miles de muertos, miles de hambrientos?, ¿qué desgracia en su historia los ha convertido en agricultores de una tierra abonada por osamentas y estéril para la vida?, ¿entre tanto tener y poco bien vivir, serán conscientes de su infidelidad y traición?
P.D. No votes por aquellos que “no saben donde poner su huevo” (como dicen en mi pueblo).
*Colaboración