Libertad, violencia y neoliberalismo

Por Víctor Hugo Gaytán Martínez *

Hablar de libertad en el siglo XXI es hablar de neoliberalismo. Cuando hablamos de aquella nos referimos al libre comercio. La libertad ha sido absorbida y gobernada por la astucia económica. Ser libres, en el presente, tiene un significado equivalente al estar apresados a la libertad que otorga el libre comercio y la globalización.

Como la libertad real ahora es del libre comercio, la libertad verdadera, la humana, carece de sentido. Existe ya no un choque de esta contra aquélla; más bien se da un ajuste; esto es, en nuestros días todo se reduce a los ajustes, a la banca, al sendero de la negociación económica. Como la libertad verdadera no existe porque se negocia, nos tenemos que conformar con la libertad real al punto que la adoptamos como la verdadera forma de vida. Esta verdadera forma de vida corresponde, entonces, a la autoexplotación, al des-reconocimiento como ser con límites en la propia libertad. Si podemos reconocer, todavía, nuestra autoexplotación por el bien de uno mismo, por la superación, sin embargo, se nos olvida que esa explotación es a la vez minimización extrema frente a quien posee el capital.

Pertenecemos a una libertad comercial y, por ende, sabemos que esa libertad es esclavizadora y explotadora; la libertad que tenemos es una libertad violenta; o, es decir, la libertad comercial, la libertad económica, la libertad neoliberal-posmoderna es igual a esclavizarse, a la vida entre la violencia. La violencia, pues, es producto del neoliberalismo.

En Seguridad, Territorio y Población Foucault dijo que tres son los mecanismos de seguridad necesarios en los estados modernos: las leyes, la disciplina y la seguridad. Debido a que los estados modernos son en su mayoría (si no en su totalidad) neoliberales, debemos aceptar que la seguridad es imperativa cuando la violencia está de fondo. Es posible invertir, incluso, esta aseveración y el sentido de la violencia como elemento potencial de los estados neoliberales no cambia: la violencia es imperativo cuando la seguridad es un elemento de fondo de los estados (post)modernos.

Vivir en las sociedades posmodernas es vivir en violencia. La violencia se da en dos niveles: en su forma subjetiva y en su forma objetiva. La violencia subjetiva es percibida y sufrida de forma directa por los individuos; es del sujeto contra el sujeto y se dice que es visible. Esta violencia es, en cierta forma, la más atendida por el estado (más en su discurso que en su acción, y si no lo es, ¿cómo lo es?), es decir, tiene como contraparte los dispositivos de seguridad. Sin embargo, la otra violencia, la violencia objetiva, la que proviene del objeto, desde la abstracción, es apenas reconocida por los Estados neoliberales porque no se quiere aceptar que ella es su causa y su consecuencia.

Se ha dicho, por ejemplo, que el aumento de la violencia subjetiva ha sido resultado de la implementación de reformas estructurales sugeridas y promovidas por los neoliberales (véase el aumento de homicidios y feminicidios contra activistas y defensores de derechos humanos y de la tierra). Además, se sabe y se intuye que los neoliberales, para dar continuidad a su proyecto, utilizan aquella misma violencia. El neoliberalismo es violento. Y la violencia se dirige hacia todos los campos: el social, económico, político y cultural.

Vivir en violencia y vivir en el capitalismo-neoliberalismo es vivir en una libertad falsa. La violencia, además de ser un dispositivo de control junto con la seguridad, es un dispositivo que, además, bifurca la libertad. Nos hacen sentir libres en el consumo, en la autosatisfacción por obtener el producto por el duro esfuerzo diario; pero a la vez se limita nuestra libertad de tránsito y de expresiones a los campos que ya fueron invadidos por la política de la negociación, la vigilancia y el mercado global. En otro orden de ideas, hay libertad de consumo: se dan diversas opciones a elegir para hacer sentir que se está libre; pero salir de las casas es opción riesgosa, como lo es salir a las calles a cualquier hora del día y de la noche, debido a que la violencia subjetiva ocasionada por el neoliberalismo se torna presente.

(Paradójicamente se promueve la libertad de expresión. Ahora todos expresan su sentir, lo comparten y dicen si les gusta o no. Pero las opiniones, su apertura, se vacía. Mayor opinión parece diluir, desvanecer, aquella opinión que es o pudiera ser sólida. La libertad de expresión como un mecanismo contundente de exigencia ha sido desvanecida por la apertura mercantil de la opinión. El valor de la expresión ha sido depreciado. Pero, aun así, la opinión no pierde su importancia: la opinión es importante en la psicopolítica digital porque es necesario saber del comportamiento colectivo para su control y predicción.)

Debido a lo anterior, a la violencia subjetiva y objetiva, se construyen individuos depresivos y temerosos. Se construyen individuos separados y divididos. Se construyen individuos con tendencia al suicidio, al homicidio y al feminicidio. Se construyen individuos con tendencia a la discriminación y el racismo. Los primeros culpables salen a flote a través de una generalización típica del desconocimiento y la introducción de la ignominia sistémica: la sociedad está enferma. Pero esto es una unión de palabras que significan lo otro: el neoliberalismo enferma. El neoliberalismo se va contra la psique porque sabe que ahí está toda su fuerza para su producción y reproducción.

Como dice el filósofo Byung Chul Han (de quien me he basado en este conjunto de ideas): para ser verdaderamente libres en realidad, hay que ser libres en la relación satisfactoria. Cuando estamos en el aislamiento continuo, cuando el tiempo se apodera de nosotros y no nosotros de él, cuando nos encerramos en un cuarto, en la mente o en los dispositivos tecnológicos, estamos carentes de libertad. Nos auto-violentamos.

Contacto: hugoufp@hotmail.com
*Colaboración