¿SICREA?, mejor no crea

Por Teresa Carbajal*

  • ¿SICREA?, mejor no crea

Sorteos, adjudicaciones, subastas garantizadas, contratos de adhesión, pena convencional, cuota de inscripción, cuota de administración, fondo del grupo… ¿está seguro que entiende los términos de este sistema de comercialización que consiste en la integración de grupos de consumidores?

Daniel, es un comerciante que durante muchos años se ha dedicado junto con su familia a la compraventa de café, el producto de su actividad económica si bien no le permitía lujos, si le dio la posibilidad de tener casa propia, dar estudios a sus hijos, salir “al día” con los demás gastos del hogar; y hasta reunir un pequeño ahorro.

Salvo los problemas cotidianos, todo iba bien en su vida hasta que sus ganas de progreso y la desinformación le llevaron a ‘invertir’ su dinero para diversificar su fuente de ingresos, ahora a través de la explotación de placas de transporte público en la modalidad de taxi.

El requisito previo para concretar el proyecto, incluía la adquisición de un vehículo por parte de una tercera persona a quien él le rentaría sus placas, buscó entonces a quien estuviera interesado en el negocio y no tardó en encontrarlo, su amigo Gonzalo andaba sin trabajo y el trato le interesó.

Juntos se presentaron a la contratación del crédito automotriz, y como se necesitaba un aval, -pues Gonzalo no tenía bienes para respaldar la deuda- Daniel no dudó en prestar su nombre y firma como tal en el pagaré que documentaba la operación, ¿qué podía salir mal?, si el vehículo se iba a “pagar solo” con las ganancias que obtuvieran, además Gonzalo -su socio- era una persona responsable, que seguro no dejaría de pagar.

Al cabo de un tiempo, nada salió como estaba planeado… a Gonzalo la suerte le jugó mal y el negocio se fue por tierra, sin ingresos e insolvente, no pudo terminar de pagar las mensualidades del crédito y ambos (él y su aval) fueron llevados a juicio por Sicrea.

Al llevar la demanda, el abogado de la empresa se presentó acompañado del Juez Municipal de la localidad en donde Daniel habita, para requerirle el pago total e inmediato de la deuda y embargar su casa y aunque sólo se debía una parte, la cuenta que presentaba en el juzgado superaba -con intereses- más de 800 mil pesos. Antes de retirarse del domicilio el cobrador dejó dicho que le entregaran el vehículo, para solucionar la deuda.

Convencido ante la alternativa de solución y con el miedo de perder su casa, Daniel acordó con Gonzalo entregar el vehículo al abogado, pues llevaban más de la mitad del crédito pagado y seguro con la “toma a cuenta” del auto se acabaría la deuda.

De buena fe y sin asesoría, lo entregaron sin que el abogado acudiera al juzgado a retirar la demanda, por lo que el juicio siguió adelante…

(Continúa en la próxima)

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