¿Han visto el gato negro?
Por Víctor Hugo Gaytán Martínez *
Hay un gato que ronda por las escaleras. Un gato negro. Dicen en mi pueblo que es de mala suerte si, por desgracia, pasa bajo tus pies. Ya le tomé miedo y por eso no quiero verlo. Es un gato que anda por las escaleras, brinca desde la rama del pequeño pino a un costado de los escalones y, cuando no encuentra cómo volver de donde viene, comienza a maullar. Maldito gato.
En casa no gustan de los gatos y creo es por eso que los siento repugnantes, aun si no son negros. Ustedes los han visto, hay gatos pardos y canciones de ellos, hay gatos que no parecen gatos, sino perros, no porque sepan ladrar, sino porque saben llevarse y pelearse con ellos. Hay gatos alimentos, amigos de los ratones. Y hay gatos esclavos, especie rara, porque los gatos nacieron para mandar.
Puede ser, no estoy seguro, no es de mi interés, que eso también sea lo que me repugna de los gatos. Su soberbia, su placer por gobernar. Lo único interesante de ellos es su independencia: animales autárquicos, capaces de ser jefes de su propia conciencia.
¿Pero ustedes han visto al gato negro? Yo hace algunos días lo vi trepándose a las escaleras. Me da miedo pensar que me busca, porque a pesar de que no creo en la mala suerte, el gato me sigue como queriéndome dar más. Tengo sospecha que eso sea cosa de mi imaginación, no el gato, porque es real, sino su intención de seguirme… No, los gatos no tienen intenciones, solo tienen exigencias. Maldito gato.
Ese gato negro no se ve bien por estas calles; aquí se carece de alumbrado y así como puede dar miedo un loco a media calle, puede dar miedo un gato; quién, a horas de la noche, quiere encontrar un gato. Nadie. Ni otro gato. Menos con este frío que hace doler los dedos como queriendo necesitar de los peludos gatos. ¡Qué horrendo! ¡Cómo es posible que se lleven el frío y los gatos, si muchos de estos están bien guardados en las casas donde gobiernan! Eso no es posible, ni el frío ni el calor trabajan para los gatos. Nadie, es más, trabaja para los gatos, pero nadie se absuelve de ser su esclavo.
Su gobierno es sigiloso. Como lo es su proceder de un árbol a las escaleras, o en los pasillos, o en la reja, o sobre los perros o sobre las piernas de su amo (si éste existe para ellos). Todos quisieran ser como los gatos, menos yo, porque los gatos tienen mala suerte, bueno, eso es lo que me han dicho. Y yo me lo he creído con todas las ganas. Hasta he inventado conspiraciones suyas en contra de la humanidad, porque uno nunca sabe qué puede ser un gato en realidad. Así pequeños, así peludos, así escurridos, así holgazanes, no duden que esconden algo. Y más ese gato negro, lleno hasta la punta de sus pelos, de mala suerte y de un poco de ternura para las damas y los demás. Lleno de desinterés, lleno de una vibra que engaña a cualquiera de sus amantes.
De verdad, señores, el gato es real, ustedes lo han visto. Lo acuso de este delirio. Llévenme a casa. Extraño a mamá y el agua fría de la regadera. Extraño ver el gato negro.
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*Colaboración