Pablo Larios: su último vuelo…

En 1988, Manuel Manzo, por sus extraordinarias cualidades y al ser uno de los mejores jugadores en la historia del futbol mexicano, escribió un libro al que tituló: «La gloria y el infierno de un futbolista”. Pudo ser el mejor de México, pero su afición al alcohol lo venció y no lo fue.

Tenía todo lo que un futbolista sueña: gran físico, hábil en el regate, una excelsa técnica individual, aunque era de perfil derecho, también le pegaba muy bien con la izquierda. Era un letal rematador de cabeza, era un jugador elegante, con una claridad y lectura de juego impresionante, uno de los jugadores más finos que he tenido el privilegio de ver jugar y con quien compartí muchas vivencias años después de su retiro, donde me dejó enormes enseñanzas.

Manolo tuvo una infancia pobre y cruel. Fue el miembro menor de una familia de seis hermanos. Su padre los abandonó, supo que se llamaba Filiberto y se enteró que había muerto cuando tenía seis años. Dos años después, a los ocho, murió su madre. Así que entre su abuela y su hermana mayor, Lourdes, se hicieron cargo de todos y crecieron todos así, “A la buena de Dios. Como se pudo”, me relataba. Con más calle que escuela, con un balón viejo como amigo inseparable.T

El torneo de los barrios que organizaba el ‘Heraldo de México’ fue su catapulta. Aunque era volante ofensivo, fue campeón goleador, de ahí pasó a la Selección Nacional (entonces amateur) que participó en los Juegos Olímpicos de Munich 1974, donde fue la gran figura. Desde aquel momento su convivencia con el alcohol era una constante, se fugó decenas de veces para ir a celebrar el triunfo o sufrir la derrota en compañía de sus cuates del barrio de Oceanía.

De ahí al Atlético Español, donde se consolidó como la gran figura y goleador del equipo, además de que fue nombrado el jugador del año. El dinero y la fama agudizaron su problema. Había semanas donde no entrenaba y técnicos que iban por él a la cantina, donde sabían lo encontrarían, para aplicarle un suero y pedirle que jugara al día siguiente.

Los excesos fueron en aumento y estuvo cerca de la muerte. En su paso por Chivas fue internado de incógnito en dos ocasiones tras sufrir “deliriums tremens”, tuvo que marcharse al futbol de Estados Unidos. Ya en Houston, en estado de ebriedad, se lanzó de clavado a la alberca con poca agua y profundidad y se fracturó las cervicales. Un año después, gracias a don Arnoldo Levinson, recibió otra oportunidad con Pumas, donde junto a Hugo Sánchez, Ricardo Ferretti y Manuel Negrete, fue la gran figura del equipo en la Liguilla, anotando seis goles; en la Final se coronaron venciendo al Cruz Azul 4-1 en la Temporada 80-81.

(Tomado de RÉCORD)