La sociedad del aburrimiento
Por Víctor Hugo Gaytán Martínez *
Maravillémonos hasta de lo que nos perturba. Digamos, ¿cómo puede existir semejante atrocidad? Y salgamos a la calle y hablemos de ello sin culpa y sin censura, que hay que hacer saber lo indecible, lo debatible, lo enigmático. Veamos estupefactos el poder natural del ser humano en su esplendorosa corrupción ingenua para su bien y para su mal. Que esto sea digno de ser hablado, que haya otros que se sumen a estas contemplaciones, que el saber sea compartido.
Vivimos en sociedades del aburrimiento, tanto que para tener diversión se disfruta de las tragedias de los otros. En una sociedad del aburrimiento todo se iguala a la rutina, cuando incluso ésta puede ser magnificada. Tampoco hay que romantizar la rutina, sino hacer ver que lo que parece siempre igual tiene explicaciones singulares. Esto no es permitido en la sociedad del aburrimiento, cuando tenemos el gobierno de lo simple y se magnifica lo superficial. Por ejemplo, la magnificación de la moda no es más que la decadencia de una sociedad aburrida que encuentra salidas en lo pasajero. El mundo de lo pasajero se diluye en nuestras vidas y con ella nos diluimos.
Una sociedad del aburrimiento es similar a una sociedad del consumo. Todo se vuelve efímero en uno y dos días, lo cual causa fatiga, te individualiza, te separa y de la aleja de la diversión, de lo enigmático: el conocimiento, el arte, la cultura, las formas de vida, las casas, la naturaleza, los pequeños caminos de las hormigas, etc. El mundo puede ser tan divertido mientras lo veas como mundo, como un universo que no se limita a la pura mirada del mercado. Cuando se da ciertamente de esta forma, con direcciones de consumo, todo se vuelve aburrido porque lo que anteriormente satisfacía para mucho tiempo, ahora satisface para unos segundos.
Somos ahora como los niños, que siempre buscando con qué divertirse toman un objeto para luego sustituirlo por otro; la diferencia con ellos es que nosotros quedamos insatisfechos con algún y otro objeto siempre bajo las condiciones del dinero; por tanto, cuando carecemos de ello (y aun si no), quedamos insatisfechos y sumidos al aburrimiento. Peligrosamente, educamos a los niños en nuestro aburrimiento desde temprana edad.
Las costumbres de la sociedad del aburrimiento son el bostezo, la queja y la añoranza. Bostezamos a cada rato sin encontrar algo que nos divierta; nos quejamos de que en la televisión, internet, Facebook no haya nada interesante y añoramos estar en otro lado, vivir en otro espacio, tener el nuevo producto con los cuales soñamos que se diluirá nuestro aburrimiento. La sociedad del aburrimiento es la sociedad del engaño. Atrofiados por la inmensidad de la información y la velocidad de una vida moderna, nos sentamos a ver televisión como muestra de nuestro rendimiento, nos encerramos en casa y alimentamos nuestro narcisismo.
El mundo nos extraña. El mundo también nos añora, no en nuestra presencia física, sí en la conciencia humana. La sociedad del aburrimiento es la sociedad que borra la conciencia humana y sobre ella aparece la sociedad de la compra y de la venta, la sociedad del valor dinero, la sociedad del capital. Se asume esto como la única alternativa de poder vivir bien y caemos en una pasividad de vida hasta parecer zombis. Se nos culpa de complicidad, cuando somos víctimas. El sistema no solo lo permite sino que lo impone, y ante su imperceptible velocidad, creemos imposible poder tenernos y deshacernos de lo que, asimismo, nos consume.
Los zombis se producen en el trabajo. La explotación de los trabajadores es equivalente al insuficiente tiempo para pensar y a la alienación para la interacción. Esta es la dinámica actual y apenas da para la vida en una sociedad que se dice es del progreso. Sin duda, han progresado las ideas, la tecnología y se han perfeccionado las técnicas que ahora nos parecerían anticuadas; pero ni las ideas han triunfado, ni las tecnologías y las técnicas han sido el equivalente del mejoramiento de las vidas por igual; hay, no obstante, un sesgo en el progreso; el progreso le pertenece a quienes triunfan en la sociedad del aburrimiento, quienes ponen las reglas del juego; la miseria le pertenece a quienes son víctimas del progreso, a los “desafortunados”, a los que nacieron pobres para ser pobres, a los que no “progresarán” porque así lo han dictado leyes divinas como la mano invisible del mercado.
La sociedad del aburrimiento ha dejado de crear filósofos, pensantes, y ha creado en su lugar conformistas de la imagen, quienes se dejan llevar por la corriente de unas cuantas palabras. La sociedad del aburrimiento es la sociedad del entrenamiento de la visión y deja a un lado el movimiento, lo kinestésico, la conexión de los sentidos humanos. Para pensar se necesita además de mente y cerebro, tiempo; el humano, cualquiera, tiene las primeras facultades; lo segundo ha sido consumido en las imágenes; como la imagen “dice más de mil palabras”, sustituimos éstas, las palabras, con aquellas porque la sociedad del aburrimiento es de la facilidad, de la inmovilidad. La sociedad es del tiempo de las imágenes, aparte que es del tiempo de los que explotan.
La explotación es sinónimo de aprovechamiento, pero aprovechamiento en exceso; el exceso borra al individuo, se sobrepone y hace del sujeto un objeto; ahora deambulan por las calles objetos que ya no miran al frente, sino hacia abajo por pura inercia en el sometimiento a la imagen; deambulamos como objetos. Ya no hace falta un látigo y cadenas para hacer bajar la cabeza ante lo insoportable, ahora es suficiente con el conductismo tecnológico y de la información. Ahora somos la imagen, ahora significamos la superficie, y así como somos “más de mil palabras”, somos palabras calladas, como lo que bosqueja Orwell en La rebelión en la granja: aunque haya idea, éstas no nacen y crecen en la voz, la idea se detiene y se queda en pensamiento, pero nunca es dicha por los animales de cuatro patas; hay confusión e hiperinformación, las salidas de las ideas se atrofian y sólo queda el silencio y la mirada perdida.
Lo que hasta ahora nos salva es la tragedia de los “culpables” y no culpables. La sociedad deja de tener lapsus aburridos ante la tragedia del otro que, como lo he dicho antes (en principio aprendido de Alex Grijelmo), es el nos-otros. Sin la tragedia del nos-otros y sin el entrenamiento efectivo de la burla ante la desgracia, la sociedad sería aburrida eternamente; sería la sociedad del aburrimiento y del caos, porque se le opondría la desgracia compartida ante el aburrimiento.
Es trágico que esto sea una de las salidas del aburrimiento. Es trágico porque hasta en los niveles más altos de lo trágico la risa no perece. La sociedad del aburrimiento es la sociedad de la incomprensión. Sería error señalar al individuo por el sólo hecho de su burla y desprecio del otro, cuando lo que lo alimenta está en el sistema, en la imagen, en el decir y en el hacer, en la hegemonía de las ideas de la jerarquía (la autoridad, el rico, el millonario, el empresario), donde la debilidad no tiene valor y el progreso tiene el gobierno.
La sociedad del aburrimiento se vuelve sociedad del desprecio. El desprecio se refleja en la incomprensión del sufrimiento del otro y de la risa que lo mata. Una risa que expone decadencia de la diversión en lo enigmático, la alteridad, el otro mismo. Es otras palabras: la risa proviene a partir del otro, pero es una risa que engendra la burla desde su sufrimiento, una burla que esquematiza lo igual, lo que es la sociedad y el sistema; con la risa, se expresa la risa del sistema.
Lo enigmático, la alteridad, como una forma de diversión que es risa a partir del sufrimiento, es ya del aburrimiento cuando en principio debiera ser de la profundidad y el entretenimiento en el pensar, sentir, comprender, ser en sí con el otro, para el otro, en el compartimiento de las experiencias de diversión. Una sociedad del disfrute del sufrimiento es víctima del mareo de un exceso de luz que guía hacia el abismo; no se da, pues, el efecto del alumbramiento que significa génesis, fuente, nacer, crear las ideas y perfeccionarlas; aquí, en el abandono de la creación de las ideas desde lo enigmático y la alteridad, nace la sociedad del aburrimiento.
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*Colaboración