El valor de un libro
Por Ariel López Alvarez
Domingo, 13 de enero de 2019
Cierto escritor solía decir que los científicos explicaban que estamos hechos de átomos, pero que a él le habían contado que estamos hechos de historias. Ciertamente los libros tienen mucho de historias y tienen sus propias vidas por descubrir y, con su auxilio, nunca está de más ocuparse en recordar e imaginar, pues la memoria es una luz que alumbra el sórdido museo de la barbarie, y ahí están los libros para ayudarnos a trascender.
Entonces, retomar por ejemplo textos leídos sirve para recordar, y “recordar” me parece una palabra muy interesante —del latín re cordis, que quiere decir volver al corazón—. Así es que, cual si fueran fotografías de las que guardan las abuelitas, los libros merecen segundas oportunidades. A uno de ellos alguien le escribió en su lomo: este libro ha sido usado, pero sus palabras todavía se conservan en buen estado.
Y qué decir de ellos como espejos, nos ayudan a mirarnos de manera inteligente. Opuestos a la desmemoria, fortalecen la evocación personal y colectiva. Ora reflejan imágenes sin movimiento, cual fotografía de un tiempo sin cambios, y ora reflejan una sucesión de recuerdos transformados que nos hacen evolucionar el pensamiento.
Es decir, los libros son ventanas de historias que han existido. Hay que abrirles las puertas de nuestro entender y dejar entrar sus mensajes, reflejo de vivencias que iluminan nuestro camino hacia el conocimiento o los ensueños; escapes de un mundo que de repente nos ha sido hostil y benévolo.
Por esto, los libros son peldaños que nos ayudan a superar escollos como los del conocimiento de las cosas, aclarando el camino hacia nuestras metas. Y, sí, de repente nos anclan y desanclan, para sumergirnos en lo vivido y recordar momentos; divirtiéndonos o entristeciéndonos un tanto.
Por supuesto que son rincones tranquilos, pacientes, siempre dispuestos a sorprendernos con ideas que contribuyen a darle un sentido a nuestra existencia, y cual mantas, bajo su abrigo se pasan mejores los fríos de la temporada de soledad. En nuestras manos, los libros nos suben a una alfombra voladora que trasciende un éter hacia desconocidos avistamientos o nos sumergen a insondables mares.
Hoy, para los adolescentes, como ayer y hoy para muchos de nosotros, los libros son y han sido los faros de acceso a la cultura, rendija para inscribirnos a los más alto valores y la libertad de pensamiento, que no tienen cerraduras ni candados.
En ocasiones los libros nos conectan con nuestra esencia o bien nos hacen vivir maravillosas historias, estimulando la creatividad. Nos ayudan en nuestros viajes de la imaginación, aunque sean muy modestos en sus tapas y hojas. Así es que no se les debe juzgar por éstas.
Aunque, no todo es un cuento —como se titulaba una historia—, qué sería de nosotros si los libros fueran una quimera. Por su imaginación o crudeza nos enriquecen espiritualmente y nos enseñan que, con otras visiones de la vida, el cosmos que compartimos es infinito, múltiple y uno solo a la vez.